Rincones de mi madre, la interiomidad y negarlo todo

31.03.2021

Por Cecilia Menéndez

La cuestión del derecho sobre su propio cuerpo por parte de la mujer está lejos - muy lejos - de ser saldada y si bien ciertos acontecimientos regionales, como lo fue la legalización del aborto en Argentina, en diciembre de 2020, dio ciertas señales positivas, también nos encontramos, por ejemplo, con algunas manifestaciones a nivel nacional en contra del derecho al aborto, que ya fue legislado y consolidado. Esto y otro cúmulo de situaciones, nos indica que debemos volver una y otra vez, sobre esta discusión, para continuar construyendo sentido crítico.

Este análisis es una mirada que cuestiona el lugar al que fueron asignados - por el patriarcado - el cuerpo de las mujeres por tener ese rasgo biológico: la capacidad de "dar vida". Un lugar de vulneración del derecho sobre sus propios cuerpos y de su capacidad de elegir. La elección de las mujeres de transitar el camino de la maternidad no está puesto en cuestionamiento. Tampoco los sentimientos y emociones que experimentan las personas que eligen vivir ese proceso.

Los cuerpos de las mujeres han sido colonizados para perpetuar un sistema económico y cultural - el capitalista - a través de la procreación y así continuar generando más fuerza de trabajo y consumo, con el peso añadido de ser responsables de perpetuar la vida humana.

A través de una narrativa que "romantiza" la maternidad y a la que la mujer debe adherir por "instinto", por mandato, por ser un hecho "natural" y hasta por tener tintes de "milagro" ("el milagro de la vida"), ha sido sometida a una construcción discursiva en torno a la maternidad que ha hecho de su cuerpo territorio conquistado y mero repositorio para alojar nueva vida.

Desde el Estado, la Iglesia, los medios de comunicación y la publicidad (que han sido los constructores hegemónicos de sentido) han sido ubicadas y reducidas a la reproducción y perpetuación de ese modelo de madres abnegadas, dispuestas a dar incluso su propia vida por el bienestar de sus hijos, dadoras de amor y cuidados incondicionales, madres que nutren, educan y cuidan.

A partir de la maternidad, la propia vida de la mujer adquiere otro valor, resignificándose, dándole un sentido y una completud que, según este discurso, la propia vida de la mujer (no madre) no tendría: la maternidad le otorga a la mujer una razón para vivir.

Se ha ejercido una violencia epistémica, estructural y sistemática, con el fin de controlar, reprimir y domesticar no solo su cuerpo sino su capacidad de goce y disfrute sexual, las elecciones que realiza como ser individual y pensante, su propio poder y hasta su propia vida. Se le ha querido circunscribir así, al ámbito puramente doméstico y privado del hogar, porque si bien la mujer ha conquistado por sí misma y a fuerza de las luchas feministas, numerosos espacios logrando una cierta emancipación civil y laboral, continúa habitando ese lugar del deber ser - fundamentalmente - una buena madre, además de buena esposa y buena ama de casa.

La obra de Laura Falcón "Rincones de mi madre" evoca a su propia madre presa de una casa en la que es un objeto más. Representando el mundo de lo doméstico, lleno de imposiciones y mandatos, del que no puede escapar. Un ser invisibilizado y alienado, que no puede ni debe elegir algo diferente.

Su cuerpo ha sido expropiado y puesto al servicio de un sistema que, paradójicamente reproduce y legitima la violencia contra la propia mujer- madre - aquella dadora de vida angelada, sostén de la unión familiar y fundamental para la perpetuación de la vida humana- a través de mecanismos de control sobre su salud sexual y reproductiva y de todo tipo de vejaciones desde la institucionalidad (servicios de salud) en su proceso reproductivo y de parto: violencia obstétrica y desde la no institucionalidad mediante el negocio del aborto clandestino.

Este sistema que santifica el rol de la mujer - madre (pura y exclusivamente en su función maternal) es el mismo que demoniza a la mujer no madre y a quien siendo madre, reniega o no desea formar parte de esa construcción que la obliga a sentir y actuar abnegadamente con sus hijos.

A la mujer no se le permite y no se le perdona el deseo de no ser madre, como tampoco el arrepentimiento en caso de serlo y mucho menos, la ausencia o abandono de sus hijos.

Este mismo sistema es el que perpetúa la violencia contra su cuerpo y su singularidad (sea mujer madre o no).

Una doble moral (cuya fuente principal es la religión) parece estar naturalizada frente a la mujer y al hombre respecto al deseo de tener un hijo y hacerse responsable del mismo. A la mujer no se le permite el deseo de no tenerlo o el abandono, en cambio esos mismos hechos en el hombre son vistos como un rasgo propio de sus características (estereotipadas): mayor desapego, menor sensibilidad, anhelo por una vida "sin ataduras".

El hombre no tiene un "instinto" o "esencialidad" que lo conduzca hacia la paternidad. Esto pone de manifiesto también, una construcción patriarcal de la cual el hombre es en parte víctima y que reproduce paternidades irresponsables, haciendo de la mujer la responsable última de gestar, parir, criar y amar a su descendencia.

La construcción binaria del género ha sido la base fundamental para la reproducción del orden social patriarcal y sobre este paradigma se ha naturalizado la subordinación femenina, constituida en "el segundo sexo", una segunda categoría del ser.

Esta naturalización produce una percepción de inmutabilidad de estas estructuras desiguales, de dominación y subordinación y convierten en imperceptibles - incluso y fundamentalmente para la propia mujer - la represión ejercida sobre su cuerpo, su forma de pensar y de expresar su singularidad. Esta opresión se refleja en un miedo inhabilitante de cualquier manifestación que contradiga la norma establecida. Este miedo naturalizado se encuentra presente en la autopercepción que se tiene como mujer y en la percepción del resto de las mujeres, es un miedo a la mirada de un otro. Una mirada construida desde y por la estructura y el orden patriarcal. Se trata de una mirada hegemónica, binaria, biologicista y cosificadora, que juzga y somete a la mujer. Es la que evalúa y descarta su cuerpo (y el de identidades disidentes) cuando no se adapta a los cánones modernos y colonizadores de belleza, por sus características, por su identidad racializada, por su posición social, por su género autopercibido, por su elección sexual y podríamos seguir.

Desde un paradigma individualista masculino, se determinan sus derechos reproductivos, se juzgan sus actos, su manera de sentir y vivir cuando no son heteronormativos, cuando elige por sí misma, cuando elige fuera de lo esperado y deseado para una mujer. Incluso y muy especialmente, cuando elige su forma de maternar.

A través de una construcción del deber ser femenino, se adopta una forma de ver y estar en el mundo, una identidad femenina que pone a disposición el cuerpo y la voluntad de la mujer en la reproducción del modelo y muy especialmente, en su forma de ejercer la maternidad. La construcción de lo femenino implica una serie de mandatos y reglas que involucran desde su apariencia exterior hasta su forma de pensarse y pararse frente al sistema que la oprime. Un mandato que la obliga a ser femenina pero fundamentalmente, la obliga a ser madre: una buena madre.

Y este ser femenina lo que profundamente implica es estar siempre a disposición y sometida a un otro que la elige, fundamentalmente para perpetuar su rol de procreación y maternidad naturalizados.

Porque el deseo de maternidad es percibido como inherente y esencial a la condición de mujer. Ser mujer implica el deber de desear la maternidad. El no deseo, el arrepentimiento, la desconformidad con la condición de madre o la inadecuación son tensiones continuas y presentes en las mujeres, que sistemáticamente buscan ser acalladas o desdibujadas. La maternidad - heteronormativa y binaria - es incuestionable.

Y la construcción alrededor de la figura de la "mala madre", demonizada y silenciada, ayuda a perpetuar y confirmar la regla: una madre es y debe ser ante todo "buena madre".

Como escribe Lina Meruane en su libro "Contra los hijos"- marzo 2018, pág.: 91 "(...) hasta ahora no ha existido, no como aceptable, no como publicable, el relato de las mujeres - ya - madres deseando haber tomado una decisión diferente".

La obra "Interiomidad" de María Mascaró pone de manifiesto las tensiones y dicotomías que vive la mujer de manera explícita, poniendo la autora su propio cuerpo como sujeto y objeto, como metáfora de la desigualdad estructural, de lo naturalizado y aprendido, de lo aceptado y reprimido por el sistema, del ser y el deber ser, de la identidad individual como un hecho político.

La opresión también está presente en la manifestación y deseo de otras formas de maternar. Porque la maternidad, como construcción cultural y política, también está cargada de formas correctas e incorrectas de realizarla, según la mirada del sistema que oprime. Pero ¿hay una única forma de maternar? ¿Hay una forma correcta y adecuada de hacerlo? ¿La identidad que desee maternar, realmente puede elegir cómo hacerlo en un mundo que constantemente le ubica y re - ubica según el imperativo? ¿Qué significa ser una buena madre? ¿Qué significa ser una mala madre?

Si el deseo de tener un hijo es manifestado por un cuerpo con capacidad gestante que no se auto percibe como mujer, probablemente será cuestionado y reprimido, porque eso está únicamente permitido a las mujeres que se auto perciben como tales y que en lo posible deben ser "femenina".

Volviendo al inicio, Donna Haraway plantea que la naturaleza opera como discurso legitimador de prácticas de dominación y cómo la heterosexualidad obligatoria es central a la opresión de la mujer. Por esto, la autora propone la necesidad de otras configuraciones relacionales, otras cosmovisiones posibles y la construcción de otro relato alejado del imperativo biológico de la reproducción, alejado de la naturalización de la perpetuación de la especie humana como imperativo. Propone establecer lazos con responsabilidad, alejados de los mandatos de roles de género heteronormativos y que liberen a la mujer de su rol maternal "natural".

Para concluir, otro ejemplo interesante es la obra de Florencia Martinelli, "Negarlo Todo", que pone en cuestión a través de la metáfora las construcciones modernas del ser y del deber ser de la mujer, el posicionamiento, la ubicación y re - ubicación a la que ha sido sometida. A través de la negación, pone de manifiesto los estereotipos, los prejuicios, los mandatos patriarcales y hasta el propio ser y estar en el mundo.